viernes, 24 de septiembre de 2010

DOCTOS INTERLOCUTORES

Cada vez que miraba las plazas, sospechaba que cualquiera era más feliz que él. Tenía el síndrome de la siesta obligada. De la alegría limitada y antiherética.

Sabía, pero se autoevadía , que no era amado. Lo descubrió aquel día, que supo que su mujer no hablaba con él de temas "algo complejos que quizás vos no entendés" y los compartía con otros , como si en esos divagues intelectuales, entregara sus femeninos pliegues remotos y húmedos a cada uno de sus doctos interlocutores .

Un día se vengó , retorció el muslo de una mujer extraña que lo miraba en la plaza . Luego la quiso poseer y ella se dejó. Sintió el placer más vivo y más carnal que jamas hubo sentido. Por lo que continuaron viéndose.

Cuando la verdad al cabo de unos meses salió a la luz, él le explicó a su mujer que esas razones entraban en el plano de algo tan simple, que ella quizás no entendería nunca.